No hay malos recuerdos, sólo mentes incapaces de reconocer la enseñanza oculta detrás de la experiencia...
A 5 meses de tu partida, y en el
1er Día del Padre sin tu presencia…
Como muchos lectores de nuestros
blogs saben, comencé a escribir hace 8
años ciertas experiencias vividas en un intento de entender mi pasado y hacer
un examen en retrospectiva, pero además
descubrí que era una forma liberarme de ataduras emocionales que no me
permitían avanzar en la vida. Escribir
se convirtió en una especie de terapia, de desahogo, de reflexión y de catarsis,
sin importar quien o quienes me lean. A través de estos años he escrito y
compartido posts sobre diversos temas, por ejemplo, sobre la violencia que
padecí en mi matrimonio, así como sobre el abuso sexual que padecí a los 8 años
de edad, también consta lo que he
escrito sobre mi proceso de divorcio, sobre mi papel de madre, sobre mi etapa
menopáusica, etc, etc, etc… En fin, todo
lo que escribo es con el afán de retro-alimentarme, de aprender y, sobre todo,
de superar etapas y experiencias. Si,
escribir me ha ayudado, pero también me siento útil al compartirlo con los
seguidores de nuestros espacios, y es que estoy convencida de que en algún
rincón del mundo siempre hay alguien a quien puede servirle cierta información,
o bien, alguien pueda sentirse identificada con ciertas anécdotas y no sentirse
sola.
Y esta vez no es la excepción. En
esta ocasión decidí, luego de una profunda reflexión, escribir acerca de mi
padre…
En posts anteriores ya he
mencionado algunas cosas sobre él, pero dado que en México se celebrará el próximo
domingo el Día del Padre, y siendo que será la primera vez que él ya no esté presente
para festejar ese día, consideré oportuno dedicar este espacio a su recuerdo…
Adelanto que no será el típico
recuerdo (“in memoriam”) donde se acostumbra homenajear y enaltecer el recuerdo
de una persona que ha muerto, pues
considero que recordar solo “lo bueno” no sería honesto de mi parte, realmente
mi intención es recordar a mi padre tal y como fue, y principalmente, reflejar
las enseñanzas, buenas y malas, que me
dejó.
Fue el 4 de Enero de este año
cuando mi padre murió. Fue algo inesperado, sorpresivo, pues aparentemente no
tenía ninguna enfermedad grave diagnosticada. Días antes lo habían operado de
la vesícula, de la cual salió relativamente bien. Estuvo un par de días en el
hospital, luego lo llevamos a su casa
donde guardaría reposo. Sin embargo, un par de días después, falleció,
en soledad, en su cama mientras dormía…
No esperábamos que todo terminara así, tan furtivamente, pero hay que entender que la muerte es parte de la vida, y
además que, a pesar de todo, la vida siempre
sigue y tenemos que fluir con ella de la mejor manera…
Es innegable que cuando alguien
cercano muere, de la forma que sea, siempre duele, se sufre y se extraña, pero
también es cierto que cada persona asume su duelo de diferentes formas. Hay
quienes lloran imparablemente, otras se aferran al recuerdo y sufren
indefinidamente, otras más manifestarán su pena de maneras inexplicables y
habrá quienes lo tomen de forma tranquila y en paz, lo cierto es que cada quien
vivimos nuestro duelo de forma personal y trataremos de superarlo según lo
sintamos. Lo que no es sano es
instalarse permanentemente en el dolor, ni sentir culpas ni pensar en los inútiles “hubiera” que, sencillamente, no existen.
Tampoco es sano idealizar la memoria, el recuerdo o la imagen de esa
persona que, por razones de la vida misma, hoy ya no está. Dicen los expertos en el tema, que idealizar a
alguien (ya sea que viva o ya se haya ido), significa traspasar la realidad, de
modo que las virtudes exageradas que se otorgan a otros son irreales. Cuando
alguien idealiza y pone a otro en un pedestal, lo que hace es ignorar el lado humano e imperfecto que todos
tenemos. Cuando alguien muere, implica la muerte de un ser que fue humano, con
virtudes y con defectos también… Y mi
padre no es la excepción, fue tan humano como cualquier otro, por eso, lo
recuerdo con total objetividad.
Cabe mencionar que no solo el Día del Padre es un buen momento para
reflexionar sobre el papel del progenitor en nuestras vidas, deberíamos hacerlo
siempre, pues tanto el padre como la
madre son (o somos) los vínculos primordiales que tenemos los humanos. Ellos, los padres y las madres, así como los hijXs, formamos lo que se llama “el núcleo
principal y básico de la sociedad: la familia”.
Una familia “sana” se destaca por intentar fortalecer los vínculos entre los miembros, se esfuerzan por conseguir el bienestar grupal y personal de cada uno, se apoyan, se fomenta el amor, el respeto, la comunicación, la igualdad y la libertad de cada uno. Lamentablemente, no todas las familias son así. Si analizamos objetivamente las relaciones
entre padres-hijxs, nos daremos cuenta que no siempre son cordiales, buenas o
positivas.
Esos malos padres…
Como en todo, hay buenos padres,
pero también abundan los malos, esos que
han sido (o son) la causa de que muchos hogares se caigan a pedazos… Y aquí
podríamos mencionar varios tipos:
- Los padres violentos (los que agreden verbal, emocional, económica y/o físicamente)
- Los padres invisibles (están pero como si no estuvieran)
- Los padres que solo fungen como proveedores y no se involucran en la vida de sus hijos
- Los ausentes (no están física ni emocionalmente en la vida de sus hijxs)
- Los que delegan la responsabilidad en las madres
- Los que no se sienten responsables, ni quieren serlo
- Los permisivos (son padres que están presentes, pero dejan que sus hijos pierdan el respeto hacia ellos y hacia los demás. Es decir, NO ponen límites y por lo tanto crean monstruos)
En fin, hay todo tipo de “malos
padres” y pueden abarcar una o más categorías. En resumen, no contribuyen en nada al bienestar de los
hijxs, pero son capaces de causar graves daños (a veces irreversibles), dejando
heridas profundas en sus hijxs que, muchas veces, no superan ni en
la adultez. Ante esto, pregunto:
¿Es posible que el trato que un
padre da a un hijx influya pero no determine la formación de un individuo?, ¿Los hijxs podrán decidir en
determinado momento cómo quieren que sea su futuro, a pesar del dolor
experimentado en el seno familiar?
Richard Bach, autor de una gran
obra titulada “Gracias a tus Malos Padres”, dice que por cada cosa que se ha roto,
siempre se hallará una bendición… Y es cierto, ya que está comprobado que todo
ser humano posee la voluntad para construir (o destruir) su propio destino.
En dicho libro, Bach se pregunta:
"¿Quién determina si el
desastre que hemos sufrido constituye una bendición? Nosotros mismos
¿Quién puede probar que es
realmente así? Nosotros."
No hay más, somos nosotros y
nuestra determinación quienes forjarán el futuro que queramos tener,
independientemente de lo que hayamos vivido en nuestros hogares y a pesar de la
influencia que hayan tenido nuestros padres en nosotros.
Según Bach, para reducir la
influencia negativa de quienes no supieron o no quisieron ser buenos padres, debemos
expresar frases de gratitud, desafiantes, tenaces, continuas, hasta que el
desastre se haya convertido en recuerdo:
- “Gracias padre por no tener en cuenta mi
dolor, porque he aprendido a desprenderme de él”
- “Gracias padre por no estar allí para
mí…Ahora estoy aquí para mí mismx”
- “Gracias padre por ser mezquino, porque
he aprendido a ser gentil”
- “Gracias padre por enseñarme lo que no es
el amor, para no buscarlo donde no se lo puede hallar”
En efecto, a pesar de todo, cada persona, cada miembro de una familia, disfuncional o no, deberíamos agradecer… Sí, agradecer tanto lo bueno como lo malo, porque si lo pensamos bien, no hay malos recuerdos, sólo mentes incapaces de reconocer la enseñanza oculta detrás de la experiencia.
La influencia de mi padre en mi vida…
Dado el contexto anterior, ahora
sí hablaré de mi caso personal y de la influencia que el comportamiento de mi
padre afectó mi vida. Fuimos 3 hijas, yo la mayor, pero hablaré solo por mí, en singular, como yo viví
personalmente cada etapa de mi vida siendo su hija. Intentaré ser franca, clara
y sobre todo muy objetiva. Nunca lo idealicé, menos lo haré ahora…
Debo reconocer que desde enero
que él falleció y mientras más pasa el tiempo, más objetivamente veo a mi padre…
Me pasa al contrario de lo que le ocurre a la mayoría de la gente cuando algún
ser querido muere.
Y es que mucha gente va guardando en su memoria solo las cosas buenas
de quien se fue, es como si se
programaran para recordar únicamente los momentos de alegría y las virtudes de
esa persona (muchas veces hasta las exacerban o exageran) y, por razones que aun
no entiendo, olvidan la contraparte, olvidan que esas personas que ahora ya no
están, también fueron humanos y por tanto con defectos, con rencores y con
fallas que cometieron a lo largo de su vida…. En otras palabras, tienden a idealizarlos
de forma irrazonable, los recuerdan sin equilibrio, sin contraparte. Lamentablemente, eso no es bueno ni para quien se fue y mucho
menos para los que se quedan…
Y
digo lo anterior, porque seguramente no faltará quien en leer esto diga:
“¿Ya para qué recordar lo malo si
ya se fue?”
“Si hizo bien o mal, ya lo estará
pagando en otro lado”
“¿Qué se gana “manchando” su
memoria?”
“Lo que deberías hacer es honrar
la memoria de tu padre y no andar diciendo cosas de quien ya no está presente”
O bien (la peor frase de todas):
“A los padres no se les juzga, y
menos cuando ya no están”
Cabe aclarar lo siguiente:
1 1) Son
muy respetables las ideas de cada quien. Cada persona puede recordar a quien
quiera de la forma que quiera. Si desea idealizarlo, que lo haga y si desea
recordar a alguien de forma equilibrada y razonable, también es válido.
2) Nadie
mancha la memoria de nadie (solo que se difame), pero en realidad, cada uno de nosotros, en vida, día con día, somos
quienes construimos nuestra historia, los recuerdos y la imagen que vamos a
dejar en nuestros entornos y en este mundo. Recordar a alguien como verdaderamente fue, no
es “manchar su imagen” es, simplemente, recordarlo tal y como fue… y eso no
tiene nada de malo, no es delito ni sacrilegio.
3) Yo
no juzgo a mi padre (en vida nunca le reclamé nada), hoy solo quiero recordarlo
de la forma que fue, sin exagerar sus virtudes ni sus defectos.
Según sé, mi padre no
tuvo una infancia tranquila, agradable o fácil. Tuvo una niñez muy complicada,
llena de carencias y, como muchos, dentro de una familia disfuncional. Con
apoyo de otros miembros de su familia, pudo salir de su pueblo y estudiar. Con
los años se convirtió en Abogado (algo que nunca le gustó) y fue profesor de la
Universidad. A grandes rasgos esa fue vida profesional. Nunca tuvo grandes metas ni escaló
grandes posiciones sociales ni económicas. Él trabajaba porque tenía que hacerlo y porque había sobrevivir, sobre todo cuando se
casó con mi madre y comenzaron a formar una familia.
Honestamente, la relación que
tuve con mi padre a lo largo de mi vida, nunca fue fácil. Razones había miles,
la mayoría de ellas se debían a su falta de atención, de responsabilidad y de
respeto… Lejos de tener la mínima intención de ser un padre cercano, amoroso y
respetuoso, fue frío, hostil e irrespetuoso… Así de claro. No puedo mentir, no
puedo fingir, no podría minimizar y mucho menos ignorar que esa fue su forma de
tratar, en este caso, a mí.
Hoy que soy madre sé que gran
parte de la responsabilidad de la relación entre padres e hijxs depende de los
padres, no de los hijos. Y a él no le importó eso…
Sé que como hija cometí muchos
errores y aunque no puedo cambiarlos ni
borrarlos, debo decir que nada de lo que hice (o de lo que no hice) fue con la
intención de lastimarlo a él ni a mi
madre. No obstante, debo confesar que si
debo pedir perdón a alguien, sería a mí misma, por las veces que toleré las
faltas de respeto y la violencia sistemática que mi padre era capaz de ejercer.
Y no me refiero a que haya sido un padre
golpeador, aunque reconozco que sí llegó a darme uno que otro “cinturonazo” (seguramente por merecerlo en algún momento).
Más bien, la violencia que mi padre generaba dentro del hogar era del tipo
encubierto, cotidiano, disfrazado de bromas, sarcasmos y mucha violencia
verbal, principalmente.
Recuerdo aun siendo una niña
pequeña, escucharlo decir una y otra vez: “No quiero que me quieran, prefiero
que me tengan miedo”. Eso, ahora, explica
muchas cosas….
Nunca, ni con el paso de los años
pudimos hablar razonablemente de nuestra relación. Tal vez muy en el fondo él sabía que su forma de tratar como padre no
era la adecuada, no obstante, cuando crecí, siempre amenazó con “ponerme en mi lugar” si
algún día me atrevía a reclamarle algo (cuando ni siquiera yo tenía la
intención de hacerlo).
Pero si alguna vez hubiera podido
hablar contigo, padre, sobre nuestra relación, no hubiera sido para reclamarte nada, jamás te hubiera
faltado al respeto, más bien habría querido tratar de llegar a un diálogo, a un
acuerdo de respeto, a tratar de sanar ciertas heridas, y tal vez para sentir la
confianza de poder abrirme como hija
mayor… pero los “hubiera” no existen.
Nunca te importó aclarar nada,
sin embargo, hoy, por bien mío, intentaré seguir la técnica del libro Gracias a
Tus Malos Padres que mencioné en párrafos anteriores:
GRACIAS PADRE, porque gracias al
trato que durante toda mi niñez, mi adolescencia y parte de mi adultez recibí
de ti, aprendí lo que NO DEBO TOLERAR DE NINGÚN HOMBRE.
Desde muy temprana edad, y por
primera vez, escuché de tu boca la
palabra PUTA. Y lo peor, es que me la aplicaste a mí cuando apenas tenía unos 7
años, tal vez menos tal vez más, ya no importa… Por supuesto que tus constantes palabras
ofensivas terminaron por afectar mi autoestima (como la de cualquier otra niña),
más cuando se trata del propio padre
quien se siente con el poder (y el derecho) de denigrar a una hija de la
edad que sea, sin embargo, cuando la violencia es ejercida a una edad tan
temprana resulta aún peor. Y es un hecho absolutamente injustificado.
Crecí oyendo cómo pensabas acerca
de las mujeres. Decías que solo había dos tipos de mujeres: las putas y las muertas (hasta vergüenza
me da recordarlo), pero la vergüenza debías sentirla tú, al expresarlo
abiertamente una y otra vez durante años y años, sin importarte que en casa
había 4 mujeres, una esposa y 3 hijas.
Y cómo olvidar tu “don” creativo
para ponernos tus “graciosos y ocurrentes” apodos a lo largo de nuestras vidas,
basándote, sobre todo, en nuestro físico… Podría poner aquí una larga lista que
incluya todos y cada uno de los apodos que tan solo a mí me pusiste (y que
tanta gracia te hacían, por cierto). No pensaste ni te importó el daño que
causabas. Esas bromas, apodos y
comentarios hirientes, poco a poco fueron minando y destruyendo la autoestima de
tu propia hija, desde mi etapa de niñez, pasando por la adolescencia y hasta que llegué a ser adulta.
Y es que esas “bromas
sistemáticas” que se te ocurrían, realmente
se llama VIOLENCIA EMOCIONAL, VERBAL Y PSICOLÓGICA, y es, tal vez, más dañina que los golpes.
Una psicóloga fue quien me lo
tuvo que explicar la primera vez cuando acudí a terapia por problemas en mi matrimonio.
Fue en esa consulta, hace aproximadamente 15 años, donde me explicó que mi principal problema no era
mi matrimonio, sino las cosas no resueltas en mi relación contigo, mi padre.
Siempre achacaste tu carácter
ofensivo al alcohol, sin embargo, aunque recuerdo los malos momentos que pasamos
cada vez que tomabas, así como las noches que mi madre pasaba en vela esperando
tu llegada, los pleitos, los reclamos,
tus justificaciones, y todo lo que eso conllevaba, debo decir que la mayoría de
las veces que más ofendiste a quienes te rodeábamos era cuando NO estabas
tomado. El alcohol nunca fue la causa de tus insultos ni de tu comportamiento
abusivo, el alcohol solo es un pretexto que usan los maltratadores para
justificar sus abusos, pero no es la verdadera causa de su violencia. Se ha comprobado que la verdadera causa de la
violencia contra las mujeres tanto verbal como emocional, económica y física no
es otra cosa más que el machismo del agresor.
Y claro, es obvio que el primer
contacto que tuve con el machismo fue a través de ti. Con cada una de tus
expresiones aberrantes sobre las mujeres y con cada comportamiento que tuviste
como esposo y como padre. Tu machismo se reflejó hasta el final de tus días, en
cada una de tus acciones, de tus palabras y hasta de tus silencios.
Pero GRACIAS otra vez, padre,
porque viviendo de la forma en que vivíamos (siempre minando la autoestima y la
integridad emocional y mental, al menos de mi persona) y siendo una
adolescente, un día me dije a mi misma:
-Jamás volverá a dolerme o a importarme
nada de lo que él (o sea tú, mi padre)
me diga, sea bueno o sea malo.
Y así fue… lo cumplí. Nunca más,
a partir de entonces, volvieron a afectarme tus comentarios, buenos o malos. Y
eso, en verdad, te lo agradezco, pues aprender a que se te resbalen las
ofensas, no es nada fácil.
Recuerdo las veces que dejé de
hablarte por tu irracional forma de ser, como cuando se divorciaron y no
querías darle a mi madre lo que le correspondía; también cuando te pusiste muy
alterado aquella vez que fueron a mi casa luego de visitar el asilo. O bien,
cuando tú dejaste de hablarme cuando me fui de la casa la primera vez, y luego
cuando me separé de mi marido y me fui a Tijuana.
Sí padre, así es como fuiste, y por lo tanto, así es
como te recuerdo…
Y podría mencionar cientos de
recuerdos que se me vienen a la mente ahora que escribo sobre ti, pero todos me
llevarían a la misma conclusión: Agradecer tu forma de ser porque, sin que
fuera tu intención, me hiciste
emocionalmente fuerte…
GRACIAS PADRE por haber sido como
fuiste, porque hoy soy tan fuerte que ni siquiera lloré como lo hicieron las demás
el día que te marchaste para siempre…
Gracias, porque al afectar mi
autoestima, nunca supe escoger al hombre
correcto, y al final elegí a un marido
que también fue abusivo (en su propio estilo), pero con el mismo machismo y sintiéndose,
también, superior a las mujeres. Cabe resaltar que como
padre también resultó ser un fiasco.
Afortunadamente, abrí los ojos a tiempo y pude alejarme de
él. Y eso, también te lo debo a tí, porque al final no quise verme como otras mujeres
tolerando indefinidamente a sujetos así.
Reconozco que tus bromas y apodos
me hicieron paulatinamente fuerte, tan fuerte que hoy puedo escuchar de
quien sea cualquier comentario hiriente, y no me afecta. Hoy puedo escuchar la
palabra PUTA, y me la apropio, pues aprendí que esas 4 letras solo se usan con
el único fin de violentar, limitar, controlar y
menospreciar a las mujeres. Es una
palabra usada para limitar nuestra, para evitar que nosotras tomemos nuestras
propias decisiones sobre nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras
mentes… Es un término tan usado y tan expresado a la ligera que ya no debería
ofender ni sorprender a ninguna mujer…
Gracias nuevamente, padre, por
ayudarme a entender que nunca más debo naturalizar ni justificar las bromas ni los comentarios
hirientes o humillantes de nadie, llámese padre, hermano, primo, novio, esposo,
amante, o quien sea. NADIE tiene derecho de atentar contra la autoestima y la
integridad de una mujer, ni siquiera un progenitor.
Hoy soy madre y tampoco soy
perfecta, tengo miles y grandes fallas, pero gracias a tu ejemplo, trato de ser
lo contrario a ti:
Intento tener una comunicación
cercana y respetuosa con mi hija; no le pongo apodos ni la humillo por su
apariencia; trato de reforzar y fortalecer su autoestima (no de aniquilarla);
trato de ser solidaria; trato de apoyarla; trato de hacerla fuerte sin tener que hacerla pasar por
experiencias amargas; no la comparo con nadie ni la ignoro. Tampoco la trato
como “loca” ni le achaco toda la responsabilidad de los problemas que haya en
nuestra relación. No la hago sentir culpable ni me hago la víctima. No quiero que me tema, quiero que me ame...
Repito, estoy muy lejos de ser
una madre perfecta (ni pretendo serlo, siempre lo he dicho), lo único que deseo es motivarla para que sea una mujer
feliz, segura, autosuficiente y, sobre todas las cosas, que se ame y se acepte a ella misma.
Solo el tiempo (y ella misma) dirán si lo logré. Ya le tocará a ella escribir o decirme frente a frente si hice o no un trabajo aceptable como madre. Y espero, entonces, poder ayudarla a sanar las heridas que yo le haya causado con mi influencia.
Solo el tiempo (y ella misma) dirán si lo logré. Ya le tocará a ella escribir o decirme frente a frente si hice o no un trabajo aceptable como madre. Y espero, entonces, poder ayudarla a sanar las heridas que yo le haya causado con mi influencia.
Antes de finalizar, hay algo que
deseo agradecerte muy especialmente padre…
Y es que a pesar de toda nuestra historia, siempre recordaré que meses
antes de tu fallecimiento tuviste la iniciativa de acercarte a mi justo en aquellos
momentos que mi hija y yo nos encontrábamos distanciadas de ustedes. Ese
acercamiento que buscaste, trajo un poco de calma a nuestra relación y fue
determinante para poder estar en paz hoy….
No olvido las palabras que te
dije en esa ocasión: “Es increíble padre que a estas alturas, sea precisamente
contigo con quien esté hablando de forma calmada y razonable”.
Y sí, aun hoy me resulta
increíble haber podido hablar contigo aquella vez como nunca antes lo habíamos
hecho. Y es que en esa ocasión supiste, por primera vez, escucharme; fuiste
asombrosamente comprensivo y me diste las palabras de aliento que necesitaba en
aquel momento, lloraste al escuchar mi dolor, mi decepción, mi angustia…
Sin saberlo, esa fue nuestra forma de despedirnos; no hubo
aclaraciones ni reclamos, solo un intento de tu parte por acercarte a mi
persona y consolarme. No sé si lo hiciste de corazón o no, pero al menos, mostraste un esfuerzo por intentarlo, y eso
lo agradeceré siempre padre.
Y también debo reconocer que, por
la razón que haya sido, siempre estuviste presente en cada etapa de mi vida, ya sea para bien o para
mal, pero siempre te mantuviste cerca, y eso no puedo negarlo ni desconocerlo.
Solo me resta decirte, gracias padre, por ser como fuiste, porque sin proponértelo sigues siendo un ejemplo de lo que quiero y NO quiero en mi vida, así como de lo que deseo y de lo que tampoco deseo ser, tanto como madre y como persona. Al final, gracias al papel que desempeñaste como padre, junto con mi madre, aprendí a esculpir, con muchos trabajos, la mujer que, para bien o para mal, hoy soy... y por eso te digo, gracias padre.
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