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domingo, 1 de enero de 2012

BALANCE 2011: ¿La antesala al genocidio del género femenino?


El genocidio es un delito internacional, ya sea en tiempos de paz o de guerra,  que comprende cualquier   acto perpetrado con la intención de:

1)  Destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal;
2)  Causar la matanza de miembros del grupo, o la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo
3)  Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial
4)  Generar medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo
5)   Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Que todos los hombres del mundo sepan que nuestro género luchará por sobrevivir. Las mujeres rechazamos a los violentos,  estamos dispuestas a denunciar, a no quedarnos calladas y hacer pagar a quien desfigure la cara de una mujer, a quien deje un solo moretón en nuestros brazos, a quien se tome la libertad de propasarse y dañar nuestra integridad sexual (de la forma que sea), a quien deforme nuestra alma con heridas psicológicas, a quien pretenda violar nuestros derechos, a quien sea capaz de asesinar a una de nosotras...en resumen, a todo aquel que se atreva a tocarnos, así sea con el pétalo de una rosa...


Para Raquel todo comenzó como una típica historia de amor. Sin darse cuenta, de pronto aparecieron los celos de su pareja, las prohibiciones, los controles, el aislamiento, los gritos, los insultos, las amenazas... No pasó mucho tiempo cuando  esa violencia psicológica que vivía de forma habitual, se transformó, "abruptamente", en golpes que derivaron en la pérdida del  hijo que llevaba en su vientre.. estaba embarazada.

Con 19 años trabajaba en una tienda de calzado, se enamoró de un empleado 10 años mayor que ella, y que la convenció de irse a vivir con él.

Cuando éramos novios nunca pensé que sería así, era como muy celoso pero se me hacia normal porque pensaba que era porque me quería”, recordó la joven.

Al año y medio de vivir juntos ya discutían por cualquier cosa...hasta que llegó el primer golpe.

Lo primero eran gritos, indiferencia, amenazas y de repente yo le contestaba, pero ya luego cuando empezaba a aventarme cosas me aplacaba porque sí me daba miedo cómo se ponía”, dijo.

Cuando no supe qué hacer fue una vez que peleamos porque no le gustaba la comida; se puso como loco y fue la primera vez que me jaloneó y me dio una cachetada, hasta me tumbó al suelo”, agregó Raquel.

Después perdió a su bebé y tuvo complicaciones de salud que la marcaron para toda la vida.

Me dio miedo decirle, pero era peor si me callaba, así que decidí decírselo, y como que cambió. Se portaba mejor,  pero un día se puso borracho y fue cuando pasó todo, se puso peor y pensé que me iba a matar”, comentó.

Raquel recibió varios golpes en el vientre que la hicieron ir al hospital, donde le dijeron que su bebé había muerto a consecuencia de los traumatismos recibidos.


Esta historia se repite de forma cotidiana en miles de lugares del mundo. Es un caso real que puede ejemplificar la deplorable y riesgosa situación que muchas mujeres sufren...en sus propios hogares.



La violencia hacia las mujeres es un mal que aqueja a diversas sociedades en el mundo, muchos hombres han creído que la manera para “domesticar” a una mujer es a punta de fuerza bruta, de golpes, amenazas, daños emocionales y psicológicos, heridas visibles e invisibles.

¿Cómo se explica que, pese a las leyes contra la violencia en todos los países siga habiendo tantos hombres que golpean a las mujeres hasta desfigurarlas y las ultimen con cuchillos, armas de fuego, con sus propias manos o quemándolas con alcohol, ácido o mutilándolas?


Ningún tipo de amor incluye violencia. El amor es paz, es armonía, es con palabras dulces y tratos suaves. Ningún amor verdadero debe doler, sólo duele el inestable, el desequilibrado, es mentira que el amor para que sea amor debe lastimar, es la peor mentira que nos han vendido porque todo lo que implique amar con el alma automáticamente desecha cualquier clase de herida que nos haga llorar.

La violencia y muerte de mujeres a manos de sus esposos, amantes, padres, novios, pretendientes, conocidos o desconocidos no es el producto de casos inexplicables o de conducta desviada o patológica. Por el contrario, es el producto de un sistema estructural de opresión. Estas muertes son femicidios, la forma más extrema de violencia sexista, motivado, mayoritariamente, por un sentido de posesión y control sobre las mujeres

Aún hoy, hay quienes consideran que los celos pueden ser un atenuante en estos casos, y se siguen utilizando conceptos como el de "crimen pasional",  "provocación" de la mujer o la "emoción violenta" para justificar la barbarie. 
Los medios de comunicación tienen un gran aporte por hacer, como consultar especialistas en temas de género o hablar de femicidios para denominar este tipo de violencia, dejando de lado los términos  “crímenes pasionales” (y similares), que solo ocultan la violencia sistemática contra las mujeres. Sería una forma de generar conciencia y hacer visible la problemática.

La violencia contra las mujeres es un fenómeno social de múltiples y diferentes dimensiones. Es la expresión de un orden social basado en la desigualdad, como consecuencia de la asignación de roles diferentes a los hombres y a las mujeres en función de su sexo.

Jóvenes, ancianas, niñas, maduras, casadas, solteras, embarazadas, viudas, separadas, en unión libre, divorciadas, con hijos e hijas u otros familiares a cargo. Muchas mujeres acabaron el bachillerato, otras ni siquiera tuvieron educación preescolar o hicieron sólo la primaria o terminaron la secundaria… Algunas siguieron una carrera técnica o universitaria. Son naturales del país donde viven, extranjeras documentadas o sin papeles.

Las hay con todo tipo de trabajos: amas de casa, meseras, campesinas, celadoras, políticas, desempleadas, funcionarias, ejecutivas, militares, policías, obreras, periodistas, defensoras de derechos humanos, académicas, otras son indigentes, prostitutas, esclavas sexuales...

… muchas de ellas son violentadas, agredidas, discriminadas o asesinadas, simplemente, por ser mujeres.


No hay país ni región del mundo que esté libre del fenómeno de las agresiones y muerte de mujeres por razón de su sexo.

La violencia contra las mujeres es una constante en todos los países de América Latina (y del mundo) donde a pesar del crecimiento económico de los últimos años, las cifras se mantienen en registros muy altos, con una incidencia de entre un 30 a un 60%, según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas.

Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, ha expresado que una de cada tres mujeres en el mundo sufre algún tipo de violencia. Hay 603 millones de mujeres y niños en donde la violencia doméstica aún no es considerada un delito. Seis de cada 10 mujeres han sufrido violencia física o sexual alguna vez en su vida. 70 millones de niñas son obligadas a contraer matrimonio y 140 millones de niñas y mujeres sufren de la mutilación femenina. Más de 600 mil mujeres y niñas son traficadas en las fronteras a través de todos los países del mundo. Esa es la respuesta a cómo está la violencia contra las mujeres.

ORIGEN: MISOGINIA Y PATRIARCADO

Es importante destacar que violencia contra la mujer es todo tipo de agresión ejercida contra la mujer por su condición de tal. De manera que no se limita al maltrato físico, sino que presenta numerosas facetas que van desde la discriminación y el menosprecio hasta la agresión física o psicológica, sexual, económica, institucional, social... hasta el asesinato.

Existe una gran dosis de odio en contra de las mujeres, además de un Estado que en general no se preocupa por estos crímenes y, por lo tanto, una impunidad fragrante que fomenta este tipo de ataques.

Especialista explican que ese odio por las mujeres se debe a una cultura que ha definido que lo femenino es de segunda categoría. También que las mujeres ni siquiera pertenecen a la especie humana y, que en ese sentido, la misoginia es lo que identifica el por qué este nivel de antipatía.

Este odio hacia las mujeres debe combatirse principalmente con una verdadera transformación social, en donde se reconozca, en toda la gama de derechos, que la mujer es tan humana como el resto de los hombres.

Un hombre que golpea es un hombre débil, que necesita demostrar su fuerza como un cavernícola porque no tiene la suficiente fortaleza en el alma para brindar protección a su hembra o a su familia. Los golpes demuestran la pobreza de espíritu y es la única forma que tienen para comunicarse quienes se sienten vacíos y piensan que la manera para ser escuchados es cerrando los puños.  

Un macho violento se dedica a bajar la autoestima de su pareja para hacerla sentir necesidad de él y que por nada en el mundo, ni porque la golpee, lo dejaría; un hombre golpeador tiene pánico de ser abandonado, tiene terror de verse sólo sumergido dentro de su propia agonía espiritual.


Muchos hombres, si ven que ella es la que triunfa, la que estudia, a la que le salen las cosas bien, crecen en ese grado de frustración de que ella es mucho mejor que él. Y es entonces cuando tienen que hacer uso del poder para afianzarse.


Una mujer golpeada se convierte en un ente desvalido que no tiene salida, o por lo menos no la encuentra y con tal de no ver el océano de diarrea en el que naufraga, prefiere justificar las marcas en su piel y en su corazón. Una mujer violentada es una mujer enferma por las mismas garras de su pareja que la golpea y con cada golpe la hunde y la asfixia más. La mujer dependiente de estas relaciones patológicas no se da cuenta que lo que vive es un infierno, pues piensa que peor sería el infierno si aquel macho se fuera de su vida. Está en un error.

La mujer violentada no escucha razones, se aleja de su familia, de sus amigos por miedo a ser más juzgada, en el fondo sabe que las cosas no están bien pero teme que todo termine peor. Una mujer temerosa de su pareja se aisla y se concentra en no ocasionar los episodios que la tienen así, se culpa una y otra vez por causar su desdicha, por tentar a su yugo a que la maltrate más.

Esto le puede suceder a cualquier mujer, todas estamos expuestas, y debemos actuar. Debemos  abandonar y denunciar a quien lo haga.

El feminicidio es extrema violencia contra las mujeres y las múltiples manifestaciones de violencia que lo preceden constituyen una grave violación a los derechos humanos de las mujeres.

Los crímenes se ejecutan con saña. Son acuchilladas o tiroteadas, estranguladas, atropelladas, desnucadas, quemadas, ahogadas, cercenadas... Varias de ellas vienen sufriendo desde hace tiempo amenazas, golpes, persecución, hostigamiento… Otras, antes de morir, son torturadas, violadas, atadas, amordazadas. Algunas de ellas son vejadas luego de ser asesinadas: descuartizadas, colgadas, encajueladas, calcinadas, entambadas... Los cuerpos son encontrados en sus casas, en lugares de trabajo y en espacios públicos habitados: calles, plazas, edificios en construcción, bares, prostíbulos; los cadáveres también son hallados en espacios deshabitados: descampados, carreteras, basureros, ríos, bosques, desiertos... Algunos de esos cuerpos nunca son encontrados y esas mujeres permanecen desaparecidas.

Los asesinos son hombres en la inmensa mayoría de los casos: maridos, novios, ex-parejas, padres, hermanos, hijos, tíos, primos, amigos y desconocidos, de todas las clases sociales, distintos niveles de estudio y de diversas ocupaciones o profesiones.

Es imposible que esta violencia arraigue en una sociedad, permisiva. Su caldo de cultivo es la cultura patriarcal que produce machismo y misoginia. Es decir, menosprecio o desprecio a las mujeres por ser mujeres; sobreentendidos de una supuesta superioridad de parte de los varones para estar en el mundo, ejercer el poder, decidir por sí mismos, afectar con sus decisiones a otras y la sujeción de éstas a la voluntad y cánones de aquellos que deciden qué es bueno y qué no; cuáles espacios son correctos y cuáles les están reservados a ellos; qué actividades conviene tener y cuáles les son prohibidas –a ellas–.

Todo esto asfixia la autonomía femenina, hace imposible la vida independiente para mujeres y niñas, convierte a los varones en perpetuos controladores, cobradores de cuentas, depositarios de la verdad, jueces públicos y privados, administradores de patrimonios, sueldos, conceptos de belleza, clasificaciones sociales, ministros de estereotipos y un largo etcétera.



En una sociedad patriarcal, el machismo violenta y eso pasa en Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, República Dominicana, Panamá. En el fondo hay un tema del poder, es un manejo que hacen los hombres del poder, para determinar quién manda en la casa.

Esto sucede porque tenemos un enemigo muy grande que son los patrones culturales que manejamos. Hay cosas como que las mujeres necesitan el permiso de los hombres para ir a ver a su familia o amigos, que no se pueden vestir de determinada manera porque eso es provocar o que la violación se daba porque las mujeres provocaron. Hay que trabajar en la reconstrucción de estos patrones y en romper los roles y estereotipos que se les ha asignado a las mujeres.

Hay muchas parejas en donde el hombre y la mujer están trabajando y el hombre tiene menos ingresos, y la mujer está más preparada y ha logrado un excelente trabajo. Sin embargo, el que toma las decisiones del salario es el hombre. Estas son situaciones que persisten. Son discriminatorias.

Hace poco, Newsabout-women, de Women’s Views on News, servicio de noticias de mujeres por y para las mujeres, transmitía una nota de The Telegraph, de Nueva Delhi, India, según la cual el gobierno del estado de Madhya Pradesh investiga que más de 300 niñas fueron sometidas a cirugías por sus padres para parecer hombres, por una suma promedio por operación de 3.150 dólares.

En India se practica la selección de hijos de sexo masculino mediante el aborto de fetos femeninos, debido, entre otras cosas, a los altos costos de bodas y dotes.

Defensores de los derechos de las mujeres y de la niñez han denunciado esto como una enfermedad social y como un signo de desprecio a las mujeres.

Esta muestra, que con variables podemos ver reproducido en muchos países de todos los continentes, habla de una cultura donde es posible que el feminicidio prospere: niñas vendidas para ser dadas en matrimonio servil; trata de mujeres y niñas con propósitos de explotación sexual o para formas análogas de esclavitud; abandono de mujeres en prisión por parte de sus familiares; violaciones masivas a mujeres y niñas en guerras o conflictos internos; calvarios de abuso sexual para mujeres y niñas que intentan emigrar a Estados Unidos a lo largo de Centroamérica y México, reflejan el nulo o escaso valor reconocido a la vida de una mujer.


AMÉRICA LATINA:
El feminicidio es la cara más visible del machismo en América Latina, pero no la única. La violencia de género es un mal endémico, enraizado en la sociedad latina y, sobre todo, en la educación y en las familias. Las cifras que llegan a difundirse, son espeluznantes y abrumadoras. Por ejemplo, en un país como Nicaragua el 40% de los delitos denunciados tienen que ver con la violencia machista.

Las mujeres son violentadas física, sexual, económica y psicológicamente en todos los países, independiente de su origen social, racial o étnico.

La violencia es un tema que afecta a cientos de millones de mujeres en el mundo, pero América Latina es la única región del mundo que cuenta con una convención especial sobre la violencia contra las mujeres.

No existe una cifra global de violencia en contra las mujeres en la región de América, ya que la falta de información y denuncia es uno de los principales obstáculos a la hora de evaluar el impacto de las agresiones. No hay cifras sistematizas de la violencia en contra de las mujeres. Los pocos datos que hay no son comparables.

Las mujeres de América Latina y el Caribe no son más ni menos víctimas que el resto de las mujeres del planeta. La violencia comparte los principales rasgos que se identifican en otros lugares del mundo. Uno de los mitos en torno a la violencia es que se la asocia a la pobreza. La educación tampoco es un factor de protección contra la violencia. La violencia amenaza a todas las mujeres, independiente de su origen social, racial y étnico y se ha incrementado de forma alarmante.

Además de la violencia doméstica, las mujeres latinoamericanas son también violentadas en el ámbito laboral, donde reciben un salario un 30% menor al de un varón realizando el mismo trabajo.

Entre las mujeres existe además una mayor preeminencia del desempleo. En promedio en América Latina, el desempleo femenino alcanza al 12,7%, mientras que el de los varones es de un 9,2%.

La desigualdad también se expresa en el inequitativo acceso de las mujeres a la justicia, la disparidad de trato en los servicios públicos y las evidencias de impunidad.

Merece nuestra especial atención un aspecto de esta violencia: la violencia sexual. Esta existe desde que la cultura de dominio patriarcal se instaló en nuestro mundo y sus principales víctimas son las mujeres y niñas.

El 90 por ciento de las violaciones envuelven amenazas de golpes o la utilización de la fuerza y muchas veces conlleva una doble victimización, pues se hace responsable a la mujer de lo sucedido, acusándola de provocar la violación con su forma de vestir o sus acciones.

Además, la violencia sexual parece haberse convertido en una de las herramientas predilectas de tortura, en distintos hechos de violencia y conflictos armados.

Otras facetas preocupantes de la violencia de género son la prostitución y la explotación sexual.

Hoy asistimos a un grave proceso de cosificación de las mujeres que las convierte en mercancías o prestadoras de un servicio, situación que naturaliza y banaliza las prácticas prostituyentes. Esta situación se manifiesta incluso en el lenguaje. Al decir que una mujer “ejerce la prostitución” la cosificación aparece relativizada e incluso negada, dando a entender que “ellas se prostituyen”, “ellas eligen” y olvidando que es una frase sin sentido pues, equivale a decir que “el esclavo ejerce la esclavitud”, o que “el trabajador ejerce la explotación”. El hombre es el que prostituye y la mujer es el “objeto” de esa acción. No es posible que alguien se prostituya a sí mismo.

Sin embargo, la prostitución ha tomado en la actualidad una dimensión más importante: la trata de personas con fines de explotación sexual. Se trata de un delito transnacional que, en la actualidad, supera en todo el mundo al tráfico de armas en cuanto al volumen de dinero que maneja, y que quedó solo un escalón por debajo del narcotráfico.

Las mujeres son secuestradas y trasladadas hacia los centros de prostitución en contra de su voluntad, con el claro objetivo de comercializar con ellas. Desaparecen, nadie las encuentra, no tienen documentos porque se los quitan, están encerradas y aisladas, y son torturadas e incluso asesinadas.

La estadística no da tregua en ningún país latinoamericano. En todo 2010 murieron 89 mujeres. En Guatemala, la impunidad alcanza al 96% de los homicidios por violencia de género, según la Comisión Internacional contra la Impunidad de dicho país y México, el país de la región con la tasa más alta de violencia machista, fue el primer estado en ser condenado por feminicidio por la Corte Internacional de Derechos Humanos (CIDH) en una sentencia de abril de 2009.

FEMINICIDIOS:
La visibilidad de lo que hoy se conoce como femicidio, o feminicidio según algunas autoras, es relativamente reciente, y corresponde a un aporte de la experta Diana Russell, quien colocó el necesario acento en las muertes violentas de mujeres como el resultado final de un contínuo de violencias diversas que puede afectarlas en distintas etapas de su vida y con distinta intensidad, y sin diferencias en cuanto a su condición social, edad, nivel educativo, raza/etnia, opción sexual o cualquier otra variable.

A pesar de lo extendido del fenómeno, sin duda los casos que han cobrado mayor relevancia pública han sido lo ocurrido en Ciudad Juárez, México, y Guatemala, donde las mujeres asesinadas por razón de su sexo suman ya varios centenares en los últimos años. Incluso en México no se limitan a Ciudad Juárez, sino que cual epidemia, se han extendido a otras zonas del país. Pero es un hecho que no hay localidad que esté exenta de este tipo de muertes las que, hasta hace poco, no eran identificadas como violencia sexista sino que se incluían dentro de una gran cifra total de muertes violentas, sin desagregación de sexo ni de otros factores tales como edad, oficio o condición social.

Con gran preocupación se han identificado en diversas partes, asesinatos de mujeres que, con características distintas relativas a la edad, la etnia, las relaciones de parentesco o las condiciones particulares de cada país, tienen en común su origen en relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres que genera una situación de mayor vulnerabilidad y de limitación para las mujeres en el disfrute de sus derechos humanos, en especial el derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad y al debido proceso.

Feminicidio es una palabra fuerte y alude a una realidad triste y ha sido mucho más explorado sociológica que jurídicamente, aunque algunas entidades en México, entre ellas el Distrito Federal, hayan comenzado a tipificarlo en sus códigos penales.

Para Marcela Lagarde, académica feminista y ex diputada federal, y, en Ciudad Juárez, Julia Monárrez, académica feminista de El Colegio de la Frontera Norte, “se ha definido como el asesinato de mujeres por hombres en un continuo de acciones de violencia sexual, por el solo hecho de ser mujeres o no serlo de una manera ‘adecuada’. Este fenómeno se inscribe en condiciones de desigualdad entre los sexos en lo económico, político y social”.

La explicación del feminicidio se encuentra en el dominio de género: caracterizado tanto por la supremacía masculina como por la opresión, discriminación, explotación y, sobre todo, exclusión social de niñas y mujeres. Todo ello, legitimado por una percepción social desvalorizadora, hostil y degradante de las mujeres.

El feminicidio no solo es perpetrado por extraños, sino por personas del círculo íntimo de las víctimas.

Monárrez ha dicho: “Todo crimen de género contra una mujer es sexual porque el sexo de la mujer y su sexualidad son las construcciones culturales sobre las que el machismo, la misoginia, el patriarcalismo, ejercen su discriminación”.

Es hora de aportar recursos para trabajar, lo mismo que el tema de la impunidad. No se puede permitir que se sigan cometiendo feminicidios de manera alarmante. Hay que resaltar los compromisos de organizaciones de mujeres. Toda la sociedad, los medios de comunicación y las autoridades debemos cooperar poner un tope.

El problema de feminicidios, lejos de disminuir va en aumento y cada vez la crueldad se manifiesta en forma más extrema, como marcas en los cuerpos, mutilaciones, abuso sexual y muestras de torturas, entre otras.

Es necesario que se exija la tipificación del feminicidio como delito y que el Estado se responsabilice de castigar a los responsables.
La única manera de acabar con la violencia a las mujeres es lograr que los hombres paguen, que los denuncien con las pruebas suficientes para que los castiguen y no les queden ganas de lastimar a otra mujer. No denunciar, dejarlos libres y sin ningún castigo es permitir que sigan infringiendo violencia a otras mujeres, es seguir fomentando una cadenita de golpes como si fuera una gran pelota rebotando sobre una multitud, nunca sabemos en dónde va a caer, no podemos asegurar que no sea cerca de nosotras.

CARENCIA DE DATOS:
En general, hablando de violencia contra las mujeres, existe una importante carencia de datos confiables y con valor comparativo a lo largo del tiempo, ya que la mayoría de los países no recopilan datos con regularidad, lo que permitiría la medición de los cambios con el tiempo, y los avances de las medidas implementadas contra la violencia hacia las mujeres. Del mismo modo, el problema relacionado con el insuficiente número de denuncias es otro factor que complica la recopilación de datos.

Sin embargo, se puede afirmar que América Latina es la segunda región con los índices más altos de muertes de mujeres por violencia, tanto en el ámbito rural como en el urbano, y que la mayoría de los abusos físicos y psicológicos provienen de parejas o personas con las que se ha mantenido alguna relación.

De manera que la violencia contra las mujeres es un flagelo que persiste en el tiempo y que, peor aún, se agrava. Además, su peligrosidad radica en que no distingue fronteras, culturas, etnias o clases sociales.

La documentación y el registro detallado de cada una de las mujeres asesinadas, es útil y necesario en la construcción de la memoria histórica de las mujeres. La investigación documentada resulta imprescindible para que la denuncia pública conduzca a la creación de una categoría jurídica internacional y posibilite la sanción a los Estados responsables o cómplices del feminicidio-femicidio.

El registro de cada uno de los asesinatos de mujeres y niñas impulsará a todos los Estados a que legislen, sancionen y tipifiquen el feminicidio-femicidio en sus ordenamientos jurídicos internos.

Países:
En el caso de Ecuador, según el Informe del Plan de Erradicación de la Violencia, 8 de cada 10 mujeres sufren algún tipo de violencia. En el caso de Bolivia, del Instituto Nacional de Estadísticas, 9 de cada 10 mujeres sufren por la violencia. En el caso de Venezuela, en donde la inseguridad es realmente alta, hay un dato de una cobertura que se hace en el área metropolitana de Caracas y dice que 2 de cada 5 casos de lesiones que se atienden, corresponden a casos de violencia intrafamiliar. Y 9 de cada 10 casos son reincidentes.

En el caso de Perú se habla de un 64 por ciento de mujeres que sufren de violencia, pero el problema es que se habla muy claramente de feminicidio, es decir, de la muerte de mujeres por el hecho de ser mujeres. En el caso de Colombia, la violencia de pareja, la que se da dentro del ámbito intrafamiliar, es la que deja mayor número de víctimas. Es preocupante porque tenemos una amplia concentración de casos entre los 20 y 34 años de edad. Las mujeres están siendo agredidas por su compañero permanente, su esposo, en todo caso, personas cercanas.

Mexico:
Tan sólo en 18 meses, de enero 2010 a junio 2011, se registraron mil 235 asesinatos de mujeres; en ocho entidades de la República: Estado de México (320), Tamaulipas (169), Sinaloa (168), Jalisco (142), Nuevo León (138), Distrito Federal (125), Oaxaca (102) y Sonora (71).

Que sólo aparezcan estos ocho estados en el informe “Una mirada al feminicidio en México: 2010-2011”, realizado por el OCNF (Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio), no quiere decir que sean los únicos donde haya mujeres asesinadas; “lo que sucede es que los otros 24 no proporcionaron información al respecto”, denunció una integrante del Observatorio.

De acuerdo con este monitoreo, de los mil 235 feminicidios, 41 por ciento de las víctimas eran jóvenes de 11 a 30 años de edad; 35 por ciento tenía de 31 a 50 años, y 13 por ciento más de 50.


Si los datos son “reveladores”, la respuesta de las autoridades sobre estos crímenes lo es aún más, pues aunque 60 por ciento de las investigaciones están todavía en trámite, 25 por ciento de los asesinatos son adjudicados al crimen organizado.

No entendemos cómo la autoridad puede catalogarlos como crimen organizado, cuando las investigaciones ni siquiera están consignadas”, cuestionó la también integrante de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, quien exhortó al Estado Mexicano a no excusarse en el crimen organizado para no investigar.

Con base en el informe, sólo 4 por ciento de los asesinatos son casos ya sentenciados; un porcentaje menor, similar al que se observa en cuanto a desapariciones de mujeres, otro de los rubros que se monitorearon.

De enero de 2010 a junio de 2011, se registraron 3 mil 282 mujeres desaparecidas en Chihuahua, Nuevo León, Jalisco, Quintana Roo, Hidalgo, Estado de México, Sinaloa, Coahuila y Veracruz; las únicas entidades que tuvieron esta información.

El caso más “alarmante”, según el OCNF, es el de Veracruz, que reportó 747 casos, de los cuales, sólo 108 mujeres han sido encontradas, aunque no especifica si fueron halladas vivas o muertas.

EDUCACIÓN Y DENUNCIA
La violencia contra las mujeres es responsabilidad de todos. Pero las mujeres siguen callando…

Debe trabajarse en campañas para romper el silencio. El tema de la violencia cruza todos los sectores económicos, no se salva nadie. Los sectores de mujeres que no han tenido el acceso a la educación muestran el mayor número de violencia, pero no es determinante, cruza todos los espacios. En los estratos más altos las mujeres tienen mucho miedo de denunciar, por eso se colocan una peluca, unas gafas, no quieren dar su nombre. Deben denunciar, asumir que tienen un problema para que haya un proceso de reconstrucción.

Los expertos señalan que educar a los más pequeños en igualdad es fundamental. “Educación, educación y educación. Esa es la clave. Pero no sólo en los colegios, sino a través de las familias, los medios de comunicación o, para el que tenga creencias, el ámbito religioso", señaló Rashida Manjoo, la relatora especial de Naciones Unidas para la Violencia de Género.

Detener la violencia contra las mujeres, principalmente, la feminicida, supone un arduo cambio cultural que compromete los ámbitos públicos y privados, la educación formal y todos los espacios donde se educa más allá de las aulas: los medios de comunicación, cine, espacios de política, hogares, iglesias, universidades, sindicatos, empresas, cooperativas rurales. En la vida personal y comunitaria, es preciso romper con la idea de que la violencia contra las mujeres es normal, pues cuando se ha vivido como normalizada en la familia de origen, es más probable que el esquema de víctima y victimario se reproduzca después.

Para combatirla es necesario abordar cada caso de violencia contra la mujer, no como un hecho aislado, sino como parte de una problemática generalizada, de manera que la sociedad entienda que es un problema de todos y todas.

En este sentido, debemos seguir alentando las campañas de sensibilización, que ponen en el tapete la problemática y crean conciencia sobre la magnitud de esta que es la violencia contra la mujer, que hasta ahora sigue siendo el crimen más permitido en la historia de la humanidad.

BALANCE APROXIMADO 2011: VIOLENCIA Y FEMINICIDIOS EN ALGUNOS PAÍSES:
España:









Estados Unidos:

Panamá:

Cuba:


Fuentes:




MUJER:

¡¡NO PERMITAMOS LA EXTERMINACIÓN DE NUESTRO GÉNERO!!

La situación de niñas, adolescentes y mujeres  en Latinoamérica y en el resto del mundo, es de riesgo para sus derechos humanos. Las organizaciones feministas y de mujeres son cada día más activas e imprescindibles, sin embargo,  su presencia pública es una amenaza. E
n México, por ejemplo,  las activistas son referencia en la lucha por los derechos humanos… la voz y la acción de las mujeres es una amenaza latente y se paga con la muerte.

No obstante,  la paz mundial no podrá lograrse sin las mujeres, sustento y raíz de toda comunidad. Somos nosotras, las niñas y las mujeres, las que más lastimadas estamos por la violencia que se vive, como víctimas directas o indirectas, pues mucho arriesgamos en los vínculos que producimos y por los que apostamos y damos la vida, no solo biológica. Esto debe llamar a reforzar las políticas públicas que garanticen nuestro derecho a vivir una vida plena y SIN violencia.

Las mujeres nos tenemos que unir para acabar con los golpes, la violencia en todas sus formas,  los feminicidios, la discrimiación y la impunidad.


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